Foto. Chema Madoz. |
Definitivo: el ser humano
es un gran monologuista, y no me refiero al texto
dramático o cómico que interpreta un actor o actriz ni a famosos monólogos de obras
de Shakespeare o Lope de Vega. Solo necesitamos el
aforo, algo de público y aprovechamos para ensayar soliloquios reflexivos con
los que transmitir nuestras ideas en voz alta. Tenemos un amplio surtido..
Está
el monólogo amistoso dirigido
a seres cercanos, ese amigo que aprovecha cada en cada ocasión para platicar ex
cathedra sobre fútbol, política, la prima de riesgo o el tema del momento.
Otro
clásico es el monólogo político sobreadjetivado y vacio orientado a la víscera, que no
a la razón, y envuelto en banderas o coyunturales lametazos identitarios. El monólogo filiar del padre al hijo que le advierte del bien y del mal mientras
que él incumple todas sus recetas. No fumes le dice al hijo exhalando humo por
la boca. Otro clásico es el monólogo teológico también llamado sermón que nos advierte de verdades
morales absolutas y que, mientras se ocupa del más allá (lo divino), ignora el
más acá (lo humano). Conocido es el monólogo mediático, en realidad un eficaz altavoz a merced de intereses ideológicos, económicos o estructuras de
poder; algunos lo llaman eufemísticamente "línea editorial". Claro
que nos gusta el monologo; si hasta para hablar con nosotros mismos utilizamos
el bienintencionado monólogo
interior.
Y las escuelas: ¿cultivan
este noble arte? Sí, sin duda. Existe un monólogo curricular asimilado de forma acrítica por los
gestores educativos; el monólogo
del libro de texto que iguala y uniformiza los contenidos, los
ritmos de aprendizaje olvidando que la buena educación debe ser un traje a
medida que se hace a cada estudiante, y no un amasijo industrial de
definiciones y contenidos dictados por un grupo editorial. El monólogo más
visto las aulas es el monólogo
magistral auxiliado de su inseparable Power Point, ese
mono-discurso que adormece la curiosidad de los estudiantes. En fin, monólogo
para enseñar, monólogo para solucionar conflictos,
monologo con las familias... ¡Que alguien lo haga! Que registre el tiempo que dedicamos
a hablar de forma unidireccional sin dar una oportunidad al diálogo, al debate,
a la disidencia intelectual o a escuchar las razones o sentimientos ajenos.
¿Los educadores físicos sobreactuamos
en nuestras clases? ¿Asumimos más protagonismo del necesario? Es de
suponer que habrá de todo. Aunque afortunadamente conozco muchos profesores que
hace tiempo se pasaron del monólogo al
diálogo; abandonaron los desfasados dictados manu militari que instruían sin opción a réplica sobre
el qué, cuándo, cómo y cuánto hacer. Esa pedagogía rancia ha dado paso a un nuevo paradigma de comunicación en
el que tanto los educadores físicos como sus estudiantes tenemos algo
que enseñar porque también están dispuestos a aprender.
Si lo opuesto al monólogo es el
diálogo, la enseñanza debe ser la voluntad de aprender dos veces, para lo
será conveniente aprender a escuchar. No conozco a nadie que enseñe algo que merezca
la pena, desde la arrogancia, o la ignorancia del otro.
García Lorca mantenía que
"la poesía no quiere adeptos sino
amantes". Pues bien, la escuela requiere de amantes y no adictos al monólogo.
Lo dicho: el monologo al
teatro, el sermón al púlpito, y para los patios, gimnasios y aulas: adornémonos
con mucho dialogo.
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