Foto de Chema Madoz. |
Por un lado están las exigencias del mercado
laboral que demanda la formación de ciudadanos preparados para vivir en el
marco de la Sociedad de la Información y
el Conocimiento (SIC). Esta neo-sociedad
nos plantea los siguientes desafíos: educar ciudadanos capaces de transformar
el inagotable caudal informacional en conocimiento aplicado, formar personas
capaces de desenvolverse en entornos cambiantes y prepararlos para que sean
capaces de aprender a lo largo de toda la vida (y no sólo durante la
escolarización obligatoria como venía ocurriendo).
Por otro lado, está la necesidad de adaptar
los sistemas educativos a esta nueva realidad y la imperiosa necesidad de
mejorar una institución escolar caracterizada por índices alarmantes de fracaso
académico (en casi todos los países). Esta asimetría, entre lo que demanda la
sociedad y lo que ofrece la escuela, explica el auge del aprendizaje
competencial.
Para ilustrar estos argumentos y la
conveniencia de un cambio de paradigma educativo sirvan las siguientes
observaciones.
En la actualidad tener mucha información
sobre anticonceptivos -o una esmerada educación sexual- no impide que miles de
escolares queden embarazadas cada año de forma involuntaria.
Conocer los efectos negativos para la salud
del sobrepeso y el sedentarismo, no evita que el índice de escolares obesos
aumente exponencialmente o que se incrementen la adicción al video juego, ni
que se adopten estilos de vida poco saludables. Entonces: ¿Qué está pasando? ¿En qué pedagogía fallida nos estamos apoyando?
Permíteme abundar en la idea. Conocer a la perfección la
“regla del fuera de juego” no evitará que cuando practiquemos fútbol incurramos
en él. Para mostrar
esa competencia deportiva es necesario implementar esos aprendizajes teóricos
con experiencias prácticas; pues
la mejor forma de aprender es aprender
haciendo en contextos reales
y respetando unas reglas de juego limpio y de compromiso con los compañeros y
los adversarios.
Así pues, para ser competente se necesita
movilizar la capacidad de percibir y de analizar, de saber qué y cómo hacer, de
saber hacerlo de forma eficaz y hacerlo reconociendo las implicaciones
personales sociales y éticas de la acción.
Queda evidenciado que los problemas no se resuelven
cuando únicamente conocemos la solución teórica (inteligencia teórica); los problemas
se sustancian cuando somos capaces de materializar esa solución (y usamos la
inteligencia ejecutiva o práctica).
Por ello es importante superar esa pedagogía incompleta y no confundir la parte por el todo
(el saber teórico, por el saber hacer y el saber ser) pues estaremos olvidando
otros requisitos indispensables para lograr un aprendizaje eficaz.
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